NOTAS DE OBSERVACIÓN (continuación)
Al fín puedo reenviar el correo que se cortó la última vez. Todo este tiempo he tenido que soportar una incesante transformación de las letras “o” del texto en emoticones que semejaban un rostro con apariencia mística y mirada ovina que vagamente me recordaba a la presencia. Cabe vez que modificaba en el texto la letra “o”, previamente transformada en el emoticón citado, un pantallazo con una imagen de un cajón lleno de medallas (al mérito contaminante, a los cien metros lisos más discutidos, a la mejor aclaración confusa sobre la sanitariedad de la psicología, a los mejores chorizos reales, al juzgador más prevaricador,…) me impedía continuar y hacía desaparecer el texto; y una vez que lograba estabilizar la imagen, de nuevo, como una aparición, emergía la foto de una longaniza rosa fucsia coronada y con una etiqueta que, con marca registrada, en el anverso exhibía el lema “todos somos iguales ante la ley” y al girar y mostrar el reverso exhibía otro en letra gótica que rezaba “la igualdad es dimensional”. Insufrible.
Alguien me había colocado, mientras hacía la transmisión, una lombriz troyana que se camuflaba en un gusano informático normal incluido en un zip que contenía la cotización en bolsa de los certificados de especialización en psicología clínica, y los de psicoterapia, que de nuevo estaba emitiendo inflaccionistamente el trust PsiCoproration Ltd..
Pero lo he resuelto y mi autoestima está por los aires, como cada vez que doy “arreglado” algo en el ordenador . También es cierto que pagué un precio: me volé, al borrar registros raros en el caché de windows, el inolvidable archivo de las fiestas paganas en los años dorados en que aún creíamos que la estupefacción necesitaba química de apoyo. Por si me faltaran motivos para permanecer atento.
Continuo entonces con la transmisión del informe de observación que se había cortado en un momento tan inquietante.
... ... ...
“Intenté pasar la noche de la mejor manera. Dormí la primera hora y media, tasada, de cronómetro, y maldije la arquitectura del sueño. Morfeo se vengó. Unos ojos como ensaladeras anunciaban a los veinte minutos de despertarme una noche de insomnio puro, sin matices. Muy larga.
El hedor insoportable que se filtraba dentro del reducido espacio de la tienda de observación, el silencio casi sólido que me tenía en una permanente tensión haciéndome sentir que algo me podía ocurrir en cualquier momento, la congoja indescifrable que me invadía, la incapacidad para controlar mis pensamientos que se perdían entre dudas sobre la neutralidad observadora y reaparecían con cuestionamientos de mi compromiso con la subdirección para irse de nuevo entre nostalgias por los tiempos en que dos certezas ordenaban el universo. Y por encima de todo el calor y unas ganas de mear constantes, quizás prostáticas, quizás consecuencia de la tensión, quizás fruto de las pastillas estimulantes que tomaba para sostener las jornadas de observación.
Me ocupé con lecturas para ganar tiempo. No iba desprovisto, y alterné hasta en tres ocasiones entre los dos libros que había decidido llevar conmigo, por si acaso. El primero, titulado “Eficiencia y gestión: nacimiento, fulgor y muerte de los ecosistemas sanitarios redistributivos. Un análisis desesperado”, era una obra de un grupo de estudios neozelandés acusado de hippismo por las corrientes normalizadoras, de pensamiento voluntarioso pero sospechoso de idealismo y archiconocido por sus programas de grupos focales con moribundos para evaluar la calidad asistencial, que habían tenido un efecto sorprendente e imprevisto en la modificación de la prevalencia de adicciones entre el personal sanitario.
El segundo libro era una novela de dificil clasificación, quizás se podría decir que era pseudorromántica con mensaje político perverso y con un punto erótico dificil de pillar (por la dificultad de algunas escenas de casi imposible representación mental dada su complejidad acrobática, o quizás porque rompían la narración sin justificación discursiva y sin compasión gramátical). Su título debiera haberme desanimado, supongo, pero quizás la compré un dia que andaba buscando pornografía sorprendente. “La medalla de Fajín o el recurso a la pelota” daba que pensar. Era pretenciosa. En algunos momentos su autora pareciera querer que se la considerara como un ensayo sobre la erótica del poder, pero más parecía una novela errática del oeste que habría indignado al mismísimo Silver Kane (respetado por su heterodoxia estilísitica). Pero entretenía, eso sí, y el ejercicio mental que exigía para representar las escenas completando al tiempo las carencias sintácticas hacía pasar las horas. El argumento era simplón: la historia discurre en una capital de provincias y la heroína que es de provincias, confusa debido al momento vital que está viviendo (debe cambiar en breve de trabajo y ha perdido muchos amigos sin que logre entender el motivo) es engañada por un grupo de estafadores que le roban hasta el reloj y le complican la vida haciéndole fotos con una presunta delincuente traída para la ocasión y que andaba en busca y captura. No hay tiros pero sí alabanzas y mimos en cantidad empalagosa. Acaba regular (pero no voy a informar de ello por si alguien que lee estas notas estuviera leyendo también esa ¿obra?).
Pero pasé la noche y despisté la angustia a veces. Y amaneció lentamente. Si uno no se muere siempre amanece, tarde o temprano.
Aturdido. Sin saber lo que sentía. Mezclándoseme en el pensamiento la imagen imposible de Fajín con la catástrofe sanitaria de los neozelandeses. Con la camiseta antinuclear pegada al cuerpo. Nauseoso por el asco que me provocaba el olor. Hipotenso y de bajada de los estimulantes. Me eché fuera de la tienda. Caí. Esperé sentado a orientarme. Silencio. Sólo silencio. Eché de menos los pájaros. Y entonces recordé bruscamente todo el dia anterior y una oleada de ansiedad me despejó de golpe. Tuve que imponerme el quedarme quieto. Esperar. No destrozar el campo de observación. Algo había pasado. Tenía que esperar. El comportamiento de la tapyr no había sido descrito antes y era fácil darse cuenta de la gravedad de su conducta. Esperar a más claridad, y mientras observar: con el olfato (nada nuevo, sólo podredumbre), con el oído (nada nuevo, sólo silencio, silencio, ¡oh dios!, ¡el silencio de la depredación!). Esperar. Imponerse esperar. La maldita bajada de los estimulantes me provocaba una labilidad molesta que me impedía pensar. Sólo sentía pena y ganas de llorar. Me tragué dos cápsulas más de dexedrina de 10. Estaba servido para las próximas dieciséis horas. Sólo media hora más y podría con todo. Sólo me hacía falta luz, ya tenía estimulación. Dudé si sería capaz de esperar lo que debía. Bebí y logré aguantar.
¿Observar y no intervenir?, ¿regresar sólo con los datos neutrales de una observación neutral de un explorador neutral pagado por una subdirección neutral en un mundo neutral y con unos tapyres probablemente neutralizados ante mis narices?, ¡a la mierda la neutralidad científica!, ¡a la mierda la supuesta neutralidad de la subdirección!. ¡A la mierda! (y espero que esto no sea un cabreo por culpa de las dexedrinas). ¡No!, ¡algo pasa y es grave!.
Me tranquilicé golpeándome sin querer al girarme bruscamente, en medio del enfado que empezaba a invadirme, contra una rama baja y muy inespecífica del árbol diagnóstico situado a la izquierda de la tienda. Fue mi salvación, y la de mi trabajo. Me serené, desenfundé dos bolígrafos (oculté uno sin estrenar en la tobillera y el otro lo mantuve visible en la mano), bebí otro trago (de lo que no debo pero que es un recuerdo subclínico de una adicción semidisfrutada) y con rapidez abrí el cuaderno de campo y dibujé la calva que tenía ante mí cada vez más visible, más real, más apestosa. Hice un plan de aproximación a los agujeros que había escarbado la tapyr. Era importante no pisar sus huellas o confundir otros rastros, o dejar una información clara de mi paso. Estaba emocionado. Iba a intervenir. ¡A la mierda!, ¡eso!. Seguro que pronto sería despedido por esto. Sea. Aunque me retirarían la palabra en algunos clubs científicos por carencia de aptitud observadora, con el escaso consuelo de que unos marginales subsistema me considerarían más de los suyos. En fín. Realistamente: iba a meterme en problemas. Lo inevitable vestido de opcional consolaba. Veremos cuando baje la dexedrina.
Situado a unos cincuenta metros de la tienda, en un angulo de 45º, se situaba el primer agujero. Avancé hacia él en línea recta. No pisé más que tierra reseca y antigua, sin otras señales que las de la erosión del tiempo sobre el trabajo concienzudo de devastación de los negotiorum gestor que quizás ya estuvieron allí a los comienzos de la reforma cuando hacíamos planes de conservación y desarrollo. Me prometí volver a estudiar los estratos de devastación para demostrar la hipótesis de que el plan era antiguo. Al acercarme la peste se hacía más fuerte. Llegué al borde. No más de medio metro de profundiad por uno de diámetro. Casi un círculo exacto. La tapyr era concienzuda escarbando, perfeccionista, hábil. Alrededor del agujero un reborde de unos veinte centimetros de altura, de tierra negra que contrastaba con el color ocre de la campa, extraída con aparente facilidad, blanda, apestosa. Nada más.
Avancé al siguiente agujero a unos treinta metros del primero. Nada. Después otro más a otros cincuenta metros a la izquierda del anterior. Nada especial excepto el mismo olor y algunos sólidos de incierto origen, duros, más grandes que las piedras que rodeaban los bordes. Parecía como si la tapyr estuviera haciendo catas del terreno, buscando algo. En el siguiente, ya el cuarto, a veinte metros en línea con la tienda, se podían identificar restos de tapyr (programas de formación, investigaciones, direcciones web, esperanzas, ilusiones, ...) que no debían llevar más de dos meses allí enterrados. Ya estaban en estado de putrefacción avanzada. Sentí pena por ellos. ¿Cómo los habrían matado?. ¿Por qué allí?. ¿Quienes serían?.
Pero el último agujero, a diez metros a la izquierda, del que la tapyr había extraído algo, que parecía que la había enfurecido tanto como lastimado, de aparienca igual que los anteriores, contenía dos objetos que examiné con especial cuidado. Un bolígrafo de una churrasquería (ajá, ¡carnívoros!) y media foto de una vieja polaroid en la que, fijándose mucho, era distinguible un petit empereur ante un fondo de palmeras (escribí un artículo sobre la migración periódica breve del petit en el solsticio de verano a zonas tropicales y por eso no me costó identificar que se encontraba en fase de engorde). Pero en la zona circundante podían verse con facilidad abundantes pilosidades ensortijadas que por su tamaño sólo podían ser de la presencia, hierba entintada con el peculiar olor que desprende el rastro de los escriptor, abundantes plumas genitales de kalumnior (¿tan al norte?), algunas huellas de tapyr de por lo menos dos semanas atrás y al lado otras huellas para mi desconocidas de un ungulado pesado que parecía dejar trás de sí un rastro como si una capa rozara el suelo. Pero lo más sorprendente fue encontrar a unos cinco metros, entre desperdicios, borradores repetitivos de nuevos decretos y un trozo de papel del que, por más que busqué, no encontré otras partes. Con dificultad logré anotar:
...proy....sustitución primaria... Ø—no Tap__psic____mást___
Y no encontré nada más. Era todo muy confuso: los kalumnior tan al norte dentro de la selva sanitaria, el rastro de esa especie que no conozco, la coincidencia en el mismo lugar de esos pájaros y depredadores, los restos de lo que pareció un sacrificio,...
Recordé chismes que se decían cuando ya avanzada la noche, en los cenáculos de los observadores científicos, sueltas las lenguas y las manos por el efecto facilitador de la química, se hablaba, chismorreaba más bien, de la existencia de la cópula interespecies y que actuaba en el grupo de charlatanes como lubricante para propuestas reales más sensatas. Nunca lo había creido. Pero ahora venía a mi pensamiento. Lo de la novela de Fajín no me había sentado bien. Era mediodía. Pronto aquello sería insoportable. Pero, quizás como consecuencia de haberme detenido después de haber estado tan centrado en la observación, noté aquello, como un rumor lejano, algún chillido sobresaliendo, ..., muy al sur algo estaba ocurriendo.
A estas alturas ya todo mi futuro en la subdirección me daba igual. La dexedrina aún me concedía margen para una nueva valentía. Fotografíé la campa. Guarde muestras, y comencé a recoger. Iba a intentar saber que estaba pasando.
Hacia el sur.”
Netopir Ignóbilis Cundey
No puedo con esta historia. Acabé vomitando por el hedor, por los nervios, por lo kalumnior, por la tapyr. Sigo bajando peso, ya no puedo donar sangre. No sé cómo acabará; no sé cómo acabaré.
ResponderEliminarAhora entiendo el por qué la reacción de los Tapyres. Quieren convertirlos en una especie de extinción, falsamente protegidos en una reserva acotada, que en realidad es una jaula, que no permite el movimiento natural de los Tapyres: de grandes distancias, con enorme agilidad y flexibilidad, llevando su ben hacer a distintos ámbitos de intervención.
ResponderEliminarYa sabéis la siguiente pregunta: ¿para cuándo el 6º capítulo?.
ResponderEliminarEn las dos primeras entregas reconocí bien los diferentes personajes. La tercera parte me resultó un poco difícil de seguir. La cuarta me mantuvo en vilo, y la quinta muy aclaratoria (pero preocupante)