Es un buen artículo.
El caso de las nadadoras de natación sincronizada está
abierto. Métodos de entrenamiento en los que el insulto es utilizado como
instrumento motivador, exigencias de rendimiento por encima de lo saludable
cuando no simplemente de lo racional, autoritarismo, espacios sociales en los
que se suspenden los derechos de las personas mediando un pacto tácito entre
las mismas (es el viejo “sabes a lo que vienes”), objetivos de
resultados por encima de cualquier otro,...
Pero para nosotras/os
se ha abierto una preocupación
específica, nuestra y sólo nuestra en lo
que se refiere a los códigos de conducta exigibles a profesionales. No hay que
engañarse: hace tiempo que sabemos que no toda la psicología está orientada a
la consecución de objetivos de salud y bienestar humanos, por mucho que ese
haya sido el torpe argumento de los dirigentes del COP para reclamar toda la
psciología como sanitaria. Hace mucho también que mucha gente sabe que el
deporte de alto rendimiento ni es deporte ni es saludable.
Pero lo que no sabíamos, o no tan bien como ahora, es como
piensan (y debo suponer, actúan) psicólogos que trabajan el alto rendimiento.
Una declaración-perla contenida en el citado artículo (no tiene desperdicio):
Preguntado
por el límite más allá del cual se daña la dignidad de las personas, el
responsable de los psicólogos del CAR de San Cugat, Pep Font, responde
categórico: “Es que no hay límites en ningún lado, ni en el régimen de alto
rendimiento ni fuera de él. Los límites los ponen las normas de relación de
cada grupo. ¿Cuál es el límite de la dignidad en los marines? Cosas que se
dicen en un entorno, en otro pueden resultar ofensivas. Que una persona sienta
que se atenta contra su dignidad depende de ella. La psicología es
subjetividad. Hay gente que no se puede adaptar a ese nivel de lenguaje”.
“La cuestión
no es si el entrenador es justo o no”, argumenta Font, “la cuestión es si actúa
a favor de la persecución de los objetivos. Cuando le preguntas a un deportista
si los gritos del técnico van destinados a mejorarle o a hundirle la mayoría
coincide en que los ayuda a rendir”.
Font niega que los deportistas del CAR hayan
denunciado tratos vejatorios alguna vez. También señala uno de los principales
particularismos del régimen de alto rendimiento: “Lo que se dice en un
entrenamiento nunca es personal. El equipo no tiene derecho a ofenderse porque
todos, deportistas y técnicos, han acordado perseguir un objetivo. Luego sucede
que algunas personas entienden los códigos de convivencia y otras no. Pero el
objetivo que se persigue, se supone que coincide con el de un deportista que ha
pedido someterse a este régimen. El deportista tiene un compromiso consigo
mismo, en primer lugar para darlo todo para lograr la meta. Nadie debe
comprometerse con ganar, porque esto es absurdo. El compromiso es hacer lo
posible. Y nadie se imagina lo pocos que son capaces de hacer lo posible”.
El psicólogo
del CAR sostiene que existen diferencias entre mujeres y hombres. “Normalmente
las mujeres son más susceptibles”, dice. “Se debe a construcciones culturales y
aspectos biológicos. La respuesta emocional en las chicas es más elevada ante
situaciones similares. En cualquier test de ansiedad, los baremos de puntuación
que son elevados para un hombres son irrelevantes en una mujer. Las rupturas de
las normas convencionales se aceptan mejor por los hombres. Un entrenador y sus
deportistas pueden acabar un día insultándose y al día siguiente hablar con
normalidad. Este fenómeno es más difícil en las chicas”.
Ahora una breves notas:
La dignidad humana, en la ética común y plural que nos
permite a todos identificarnos en ella y convivir, se sustenta (es) en la afirmación
de que los seres humanos poseen derechos inalienables (ni siquiera renunciables
por propia voluntad). El núcleo de la dignidad humana son los derechos humanos
que todos tenemos reconocidos. Una sociedad no puede aceptar espacios en los
que esos derechos se suspenden aún sea con el acuerdo de las partes. El
desarrollo legal en España reconoce su fundamento en la Declaración de Derechos
Humanos de la ONU (sociales y políticos), y desde la Constitución hasta el
Código Penal, como no podía ser de otro modo, se prohibe el trato vejatorio y
humillante a las personas sea cual sea el fín que se persiga.
Pero de pronto, una psicología determinada racionaliza la
supresión de estos derechos en función de objetivos en la industria del deporte.
¡Y remite a la subjetividad para definir la dignidad!. ¡Y repite el topicazo
femenino de siempre!. ¡Y reitera el argumento justificador que se usó en su día
para defender las novatadas...hasta que el Tribunal Supremo las ilegalizó al
considerarlas trato vejatorio y denigrante incompatible con la dignidad humana
que posee la persona!.Etc, etc, etc ...
Toda una lección de la diversidad existente dentro de la
psicología, y de las amenazas de un determinado uso de sus conocimientos. De los beneficios
que al profesional pueda reportar esta racionalización de sus actividades no
voy a hablar.
Pero lo que me pregunto es: ¿qué tenemos en común entre
nosotros los psicólogos para que se llame a nuestra unidad en la crisis social
que estamos viviendo? (editorial del último Infocop realizado por el presidente del Consejo). ¿Qué
unidad es posible entre psicologías como la que refleja ese artículo y otras
interesadas y comprometidas con la salud y los derechos de las personas?. ¿Por
qué se nos llama a la unidad y solidaridad entre nosotros ignorando la solidaridad común con los más desfavorecidos por
la crisis?. ¿Con qué derecho aquel que se beneficia económicamente con su actividad
colegial nos llama a otros a seguir sosteniendo esta farsa de la identidad
compartida de los psicólogos?.
¿Por qué se parece tanto el discurso de Santolaya y sus
mariachis al mantra de Rajoy en eso de
que todos tenemos el mismo interés en salir de la crisis y por eso debemos
estar unidos en el esfuerzo común...mientras se carga derechos de las personas y
sirve a intereses minoritarios?.
Neurofox